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Brenda Solís-Fong -narradora

BRENDA SOLÍS-FONG





     Nació en San Jacinto, Chiquimula en 1970. Es socióloga por la Universidad de San Carlos de Guatemala, pendiente de tesis para obtener el Doctorado en Sociología y Ciencias Políticas de Salamanca. Ha laborado en diferentes organismo nacionales in internacionales, catedrática universitaria y consultora. Sus investigaciones sociales y ensayos han sido publicados en Guatemala y Costa Rica.

    Publicaciones: - Maquillando mis alas (2001). – Bocetos para dibujar poesía en domingo (2004). - El canto del glis, glis(2006). – De zancudos, amistades y otras rarezas (2006). – La plaza -prosa-(2010). - Autora compiladora de Reinventar esta vida. - Coautora de Tres Palabras, y ha aparecido en varias antologías.






LA CABALLERA 

 
Extraño tanto a mi pueblo, aún estando en él. La capital me hace añorarlo y más aún si llueve. Lluvia sorda, sin música ni ríos crecientes. Corrientes de agua y basura que tapa los tragantes y anega toda la calle y sus banquetas.
Esa vez, opté, que al regresar, me llevaría a mi pueblo, en retacitos. Fui tomando fotografías, hasta de mis recuerdos. Construí mi pueblo ideal, precioso paraíso del cual nadie quisiera emigrar. Desde el Barrio San Jorge, se puede entrar libremente caminando por el puente antiguo de ladrillo y piedra, al estilo de la entrada a la ciudad de Toledo capital de Castilla de la Mancha, la tierra de don Quijote y luego seguir por la calle real, toda empedrada hasta llegar a la plaza y contemplar la enorme Iglesia con su cerro de las palomas como telón de fondo. Unas palomas juegan en el campanario y comen maicillo que los niños tiran desde los brazos de mamá.
Diviso los techos rojizos de teja recién hecha. Los tejeros tuvieron mucho trabajo, es el Barrio El Jocotal, que va rumbo al cerro para tocar el cielo con su alfombra de jocotes tiernos, sazones y maduros, multicolor fruto en todas sus facetas.
La foto del verano del río Shutaque, es refrescante. Corre lleno y abundante, está limpio y en su vera, abunda el tule para los petates. El río va dejando a su paso, un fresco rocío, que riega los huertos hechos de "jirún", el Tamarindo es un alegre barrio oculto entre la vegetación.
También los personajes sonríen, allí está Jovicho con las manos en la cintura y doña Marta siempre viva en mis memorias, camina lento con su palangana de maíz a hacer la masa, ella abastece de tortillas a casi todo el pueblo, cansada pero amable, siempre amable. Don Bruno con una botella de vino "Farolazo" en la mano, debajo del manguito y cantando "per, per, per", el fósil de mi bicicleta californiana y la barba de mi papá. Me llevo el sabor de un vaso de atol de tres cocimientos con dulce panela en el mes de enero y los tamales de mi mamá, el árbol de tamarindo, parqueadero de caballos, que parecen estar colgados en las delgadas ramas y no se mueven, aprovechan la sombra gigante del árbol, un mono que se mete en un agujero en la tierra y sale saltando por otro agujero, engañando al toro que acaba de tirar a un montador amateur. El público ríe en el Coliseo Municipal, pareciera que disfruta del espectáculo, el locutor grita: aplaudan al "mico al hoyo". Benedicto se persigna en la manga, listo para salir montado en el toro Tyson y Maco Chelino se esconde en el túnel bajo la tierra, arregla su disfraz peludo —descubro su personaje—.
En fin una colección de imágenes de mi Pueblo, collage donde conviven sitios y gente, que me hacen compañía en la habitación que alquilo cerca de la Universidad.
De esa manera logro persuadir la melancolía,
ahuyento el fantasma de la soledad
y se reafirman mis orígenes.
Cuando veo la foto de la caballera, me hace recordar mi infancia y mis miedos.
Tendría unos siete años y me quedé atrapada en la casa de Mama Chayo. Las pocas lámparas de mercurio se comenzaron a encender y yo no me atrevía a salir a la calle. Debía marcharme a mi casa, mis padres habían comenzado a extrañar mi demora. Ese día no andaba fugada en mi bicicleta, porque estaba descompuesta. Como una obediente caperucita roja, había llevado comida a mi tía bisabuela.
Debió haber sido un día de fiesta. La Cofradía del Tamarindo andaba por las calles con la Caballera, que es el baile tradicional y lo más representativo que tiene San Jacinto en cuanto a representaciones folklóricas.
Es el caballo de don Pedro de Alvarado que no murió. La cofradía lo clonó y se quedó por siempre en la vida del pueblo. Madera, cuero y tela blanca fueron los insumos principales y una cara de caballo que no sé quién la talló. Representa esa lucha entre nativos de Coactemalán y el conquistador don Pedro de Alvarado. Los indígenas queriendo matar al caballo pensando que los dos, eran la misma persona. Mito malvado. Ellos eran sabios, sabían discernir entre un caballo y un centauro.
La historia se recrea sarcásticamente en cada danza. Va un puñado de "viejos" y "viejas", como les llaman a los disfrazados que persiguen a la caballera y todos llevan un látigo, otrora pene de toro, está disecado y persigue y golpea y aterroriza. Los viejos gritan algo así como jujurujú jujurujú jujurujú. Celebración violenta. La caballera se enoja… los enviste e intenta arrollarlos. Algunas veces logra derribarlos, los viejos parecen volar por los aires. Así se baila, es implacable, no hay lugar para el coqueteo, para el romance, eso genera debilidad. La conquista no debe ocurrir.
Luego se detienen frente a alguna casa donde saben que hay tamales, ayuda económica o algún trago y bailan música de moda. La caballera está agotada, descansa. Los viejos abrazan a su pareja, tocan suavemente las nalgas de almohadas de sus parejas. Hombres con mascaras de monstruos que bailan de "cachetillo" con otros hombres disfrazados de mujeres voluptuosas; que lucen exagerados pechos. Es una danza sin participación de mujeres, únicamente andan presentes los vestidos de tirantes que algunas amigas han donado para la ocasión. El costal se va llenando de obsequios, alguien lo lleva al hombro. Mas tarde, harán una fiesta privada.
Mi corazón latía fuerte con solo pensar que la caballera no se iba. Mientras tanto anochecía y debía pasar solita por la ceiba donde espantaban de noche. Del hueco que había en el tronco, salía la siguanaba. Quien me ayudaría a pasar por allí? Quería decirle a don Guayo viejo, su activo promotor, que se la llevara lejos, mientras yo aprovecharía a irme corriendo para mi casa, pero no estaba.
Esa danza aterrorizaba a todos los niños de mi edad. A la caballera le gustaba echarse encima de las personas que se congregaban distraídas en la calle. Algunas veces golpeando al que se descuidara. Es parte del espectáculo. Y si me perseguía? Y si me lastimaban?
Los viejos se hablaron al oído, se abrazaron y pusieron su mejor cara. Ahora ya no les tengo miedo (al menos cuando descansan). La caballera se acomodó en el centro y pude tomarles una buena foto. Pero cuando retomaron el baile… Me subí corriendo a la banqueta, buscando una casa para refugiarme, esa es la tradición.
 
 
                              Del libro La Plaza.

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